Gidiom Gidiom

Personas

Personas

Tanta gente realmente hay mucha gente en este mundo,
suficientes para hacer una revolución dos veces.

Aquí voy yo sobre el asfalto negro, bajo la noche negra, entre este aire negro que me deja respirar aveces. La luz de la moto derrapa en los cuerpos de la gente, en los carros.

No quiero estar aquí por siempre. Oigo sus pasos golpeando el agua de los charcos.
Las puertas que se abren en las tiendas. Ruido de cosas confusas.

Voy flotando sobre esta nada, la luna me ha visto deslizarme.
He maquinado minuciosamente, he soñado.

Mientras cierro la pantalla del computador y me baño y alcanzo a ver al salir, el ultimo cielo de la tarde negreándose. Antes vi la tarde entera, pienso. Y se que ya no podré vivir.

Aquí otra ves estoy. Escucho sus voces que se cruzan en la tiniebla, dicen cosas, no entiendo. Siguen sonando. No creo que nadie quiera quedarse para siempre.

Llego. Ha sido lo mismo durante un tiempo. Aún no es el tiempo, pienso. Jesus murió a los treinta y tres sé, ¿y yo?. ¿Acaso moriré?. Ahora se escucha el ruido de las pesas, el metal estrellándose contra el metal, sus voces cortadas por la respiración agitada. No podré estar aquí por siempre, sé. Cruzando esta nada todas las noches sin tarde para llegar a este algo sin sustancia.

En mucho tiempo no he escuchado una voz clara. Una palabra exacta. Como si esto fuera lo único que existiera, este ciclo corto repetido tantas veces sin ningún sentido, como los videos que salen en sus celulares y en el mio. Aveces los miro, es lo único que atraviesa la tiniebla, esas luces titilantes entre toda esa niebla negra y espesa, solamente esas pantallas nos conectan.

Un hombre lleva a su hijo en la madrugada a conocer un pueblo. Aun no sale el sol, para cuando lleguen ya habrá salido. El carro paseará suavemente en la playa mientras amanece y su hijo podrá ver las casitas pequeñas apiladas en la montaña, verá tal vez a Martina en la lejanía sin decir palabra.

Aquí viven hijo, y los señaló como quien cuenta animales y el comprendió.

Sigo como navegando en esa nada, en esto negro como mi piel sin luz, como el rio que no alcanza a iluminar la noche. Alguien me verá, y le dirá a su hijo lo que le dijo su padre: Así viven, y el entenderá y no dirá palabra y quitará la mirada rápidamente de la lampara de mi moto que se estrella en su cara.

Los que viven, podrán pasear suavemente en la playa cuando el amanecer les llegue. Podrán, mirar la luna con ojos distintos a los míos, podrán, pero yo no puedo, los que viven podrán mirarme y tomar notas, y decir “interesante”, y luego pensar en otra cosa. Pero yo no puedo, porque debo evitar este asfalto negro que me quema la moto.

El hombre llega a su casa, saca a su hijo del carro. El calla, entran lentamente al hogar. Ya es tarde, silban algunos pájaros. Hemos ganado dice el padre. Ganamos murmura el chico. Este es el juego dice el hombre. El chico cierra la puerta y ya no puedo oír sus pasos.